FLORIDA DE LIÉBANA

Fresnedas resonantes

Florida de Liébana

El Arroyo de la Villaselva asciende aguas arribas hasta la finca y casa del mismo nombre. En su entrada un gran olmo, o negrillo, lleva apostado más de 300 años. Su copa ha perdido presencia debido a la grafiosis, siendo el penúltimo de su estirpe. Este longevo árbol ha visto crecer la fresneda del arroyo y mutar sus colores cada mes. Impresiona en la otoñada ese amarillo incendiado que da sol al lugar. He subido hasta aquí por el Camino de los 10.000, senda que nació a partir de una maratón popular.

Lleva una plaza del pueblo el mismo sonoro nombre de la Villaselva. En ella descubro las escasas viviendas tradicionales que aguantan en la zona. Las canteras vecinas dieron forma a estas construcciones funcionales, que respondían a una economía agrícola y ganadera. Sigo el andar hacia la parte baja de Florida, pensando en su nombre medieval: Muelas. Nomenclatura asociada a los molinos y usos del agua, cuando las muelas de piedra molían el cereal.

Llegados al pie del agua, la frondosidad arbórea oculta la Hacienda Zorita en la orilla vecina. En este rincón junto a la pequeña represa, las aves han encontrado su espacio y los cantos son abundantes. Las cigüeñas nidifican aquí de forma natural en altos chopos formando una colonia que se dibuja como esculturas vegetales. Me quedo un rato a escuchar este concierto improvisado de las emplumadas.

No hay que perderse: El “Camino de los 10.000”, el Arroyo de la Villaselva, el negrillo del mismo nombre, la piedra tallada de las casas y una buena caminata hasta la ribera del Tormes.

Detalle curioso: En una finca cercana nombrada como Puerto de la Anunciación, se halla uno de los más armónicos palomares de la provincia. De planta octogonal, sus cuatro troneras abren sus puertas a los encinares vecinos. Eficacia y ornamentación al unísono.